miércoles, 17 de diciembre de 2014

"Pero, oye, no me puedo quejar" por Dani F.



Sospechas que una carrera no va a ir bien cuando, pocos días antes rondas los 38 de fiebre y, la noche anterior todavía tienes las anginas como puños sin saber ni si podrás corrar. Pero ahí estás, preparando la ropa de la carrera con mimo, tomándote un caldito con aspirina, calculando la velocidad de las nubes con el radar de la AEMET y asumiendo que sí, que sin importar lo mal que estés mañana, tomarás la salida. 
El día amanece como esperaba, totalmente encapotado pero guardando el agua hasta que terminaramos la carrera. Ya de camino a Bigastro, en el coche Noelia nos da envidia tanto a Rafa como a mí porque va a hacer solo cinco kilómetros y a nosotros -todavía no sé por qué- se nos ocurrió la brillante idea de apuntarnos al diez mil. Una vez llegados, nos reunimos con parte del equipo y tratamos de calentar lo incalentable. 



Cuando intentamos adentrarnos en la marabunta que se preparaba para tomar la salida intenté colocarme un poco más al frente de lo que debía, ante la ‘simpática’ mirada de corredores demasiado embutidos para gritarme lo que estaban pensando. Sin mucha dilación, dan la salida y en el primer kilómetro me siento como Mufasa salvando a Simba de los ñus en El Rey León. Pronto oigo que pasamos por el dos y medio y todavía no llevamos ni diez minutos. Estoy en mis tiempos, pienso. Pero, cuando todavía no he asimilado la alegría siento en mi estómago lo que debe sentir un trapo cuando es escurrido. Hace tiempo que no sufro tanto como desde ese momento hasta mitad de carrera, aunque consigo cruzar los cinco kilómetros en veinte minutos. Ahí ya me relajo y, fruto de ello, me doblo el tobillo bajando la acera. Lo que me faltaba. En un kilómetro se me pasa el dolor, pero ya no tengo ganas de sufrir y bajo el ritmo. Escucho a la gente decir “ese ya no puede mas”, y tienen razón, además empiezo a sufrir roces en las piernas y plantas de los pies. Me restan dos kilómetros y ya no sé ni cómo acabar la carrera de forma medio decente. Cerca del último kilómetro oigo a alguien sonarse y acertadamente pienso que se trata de Rafa. Lo cual, junto a ver ya la última recta, me da algo de ánimo por acabar acompañado y no hundido, siendo capaz de hacer un final de carrera más que digno, acabando en poco más de 42 minutos la Joaquinesca 2014. 



Pero, oye, no me puedo quejar de nada de esto, porque voy a hacer la maratón de Madrid en cuatro meses y tengo que aprender a sufrir. Ni puedo quejarme de la organización llevada a cabo por la Peña San Joaquín de Bigastro, la cual me ha ganado y por la que ya he marcado en roja la Joaquinesca 2015 en mi calendario. Un trato especial del pueblo, culminado con unas ‘peloticas’ y cerveza. Tampoco me puedo quejar del éxito como club en el que Pasico a Pasico fuimos el tercer club más numeroso, siendo acreedores del ansiado jamón y de un pequeño gran detalle individual en forma de copa dorada, hecha a mano, por cortesía de la asociación de personas con discapacidad “La Pedrera”. 
Y, por supuesto, lo mejor para el final. No me puedo quejar de la compañía, de pasar una mañana con amigos, haciendo lo que me gusta y pasando un día de los que no me voy a cansar de repetir. Enhorabuena especialmente a los que habéis logrado algunas de vuestras mejores marcas: Fran -37’-, Javi -pódium-, Francis, Noelia y Nuria entre otros. 



Clasificación 5K.
Clasificación 10 K







lunes, 1 de diciembre de 2014

CUANDO EL CAMINO ES LA META por Diana


Y ahí estaba yo, pelada de frío en el Central Pack de  New York. Exhausta. Congelada, atónita, medio mareada  y con el estómago revuelto de tanto gel energético tomado aquí y allá. Pero sonriente, sí, sonriente. Lo había conseguido, no sé ni cómo pero sí. Había recorrido los más de 42 km (26,2 millas) que componen cualquier maratón, pero no se trata de cualquier maratón, se trata de “maratón de las maratones”. Un sueño hecho realidad. La meca del runnig.
Todo empezó hace dos años cuando el novio de una amiga me comentó que había un grupo en Murcia que lo estaban organizando, y yo me dije y por qué no, aunque no sea murciana, ni ná. Bien visto si él podía hacerla en 8 horas y pico, yo también podía, aunque fuera andando.
El día de la prueba, el 2 de noviembre, nos levantamos a las 5 de la mañana, era todavía de noche. El desayuno, la pasta que sobró de la cena y fría en su doggy bag (bolsa para llevar la comida que sobra para el perro). Mi madre y yo que muy prudentemente reservamos para el gran día. Vamos que aunque solo fuera por la emoción que ponía mi madre cuando me veía comérmela daban ganas de hacer dos maratones. Ella no corría pero me animó a lo largo del camino, cosa muy de agradecer, porque hasta parece que pesa menos el cuerpo.
Que mañana tan fría, que viento tan helado, aquí en nuestra costa mediterránea no vivimos esas temperaturas. Al parecer era el peor día desde 1994, pero yo no lo sabía. Ni tampoco me hubiera importado, solo competía contra mí misma.
Tuve la asombrosa suerte de coincidir en el autobús que nos llevaba al recinto con una compañera del viaje que tenía la misma hora de salida y el mismo corral, el F1 Verde. Cuando le pregunté que a qué tiempo corría me dijo tímidamente algo que me sonó a música celestial. Corría más o menos como yo. No es que decidiéramos hacerla juntas en ese momento, eso vino después.
Tras tres horas intensas de espera, lo mismo te tomas un chocolate que un té. Una bagel que una barrita energética. La bagel es como un rollo de, tipo donut a lo bestia,  que una vez pasa de la boca comienza un dificultoso descenso hacia el estómago a través del esófago. En la mayoría de los casos acaba exitosamente. Dicen que es muy energética pero no se han estudiado los efectos secundarios todavía. Yo busqué la papelera más cercana para guardar el mío y recogerlo en el improbable caso de que volviera a pasar por allí en lo que me queda de vida.   No se debe hacer experimentos, pero el hambre, el frío y los ratos muertos te hacen cometer locuras y te metes en la boca lo que te den.
Como ya había sido avisada, me abrigué con ropa para tirar por el camino. Esta ropa la recogen y va a instituciones de caridad. Me daba un poco de remordimiento de conciencia el ver a algún indigente recibir mi ropa y optar por quedarse con la suya, en mejores condiciones. En el mejor de los casos le podía servir para limpiar cristales.
9:40, dan mi salida. Las casi 60.000 personas que estamos allí ya estamos en marcha. Vamos saliendo por waves (olas). Los primeros salieron a las 8:30, otros saldrán después. Se te ponen los pelos de punta cuando oyes el himno americano por la megafonía y eso aunque no seas americano. En marcha, por fin voy a entrar en calor, tengo más frío que a 6.000 metros. Los dedos de los pies no los siento, pero ya se calentarán cuando empiece a correr. 

Resulta que Ana, la chica con la que he compartido todo este tiempo y yo vamos muy cómodas corriendo juntas, así que decidimos que vamos a ir juntas si podemos. 
Empiezas atravesando el puente de Verrazano, una larga cuesta interminable (el punto más elevado de toda la carrera) de casi una milla. El viento es tan fuerte que temo por caerme. Veo gente tropezar pero no caer. Y entramos en el mítico barrio de Brooklyn ya en la milla 2, esto va bien me digo. Que euforia, la gente grita tu nombre o casi, ya que en inglés suena Dayana (va escrito en la camiseta Diana), las bandas de música te animan, docenas de niños quieren chocar tu mano. Hoy eres un héroe y así te lo hacen sentir. En la milla 3 hay avituallamiento y desde ahí ya en todas, alternando agua con bebidas energéticas, menos en una de las últimas que te dan gel. Milla 4 Sunset Pack, aquí vive una amplia comunidad hispana, aquí si saben cómo me llamo. Si la maratón va a ser así esto va bien, no siento ni pizca de cansancio y me lo estoy pasando en grande con tanta gente tan pintoresca. 
Cuando llevas media maratón entras en el barrio de Queens, ¿llevo media maratón?, pero si no me he enterado, lo de la gente animando es increíble. Este es el barrio de Los Soprano y Sexo en Nueva York.
Después viene Manhattan, como impresionan las vistas a lo largo de todo el recorrido, rascacielos, edificios clásicos, todas las etnias del mundo representadas. Afros, judíos, hispanos, polacos, asiáticos….
Y posteriormente el Bronx, millas 20 y 21 aunque dada la peligrosidad del barrio casi se toca de puntillas. Nos han contado que la organización tiene que negociar todos los años con las bandas para evitar problemas.
Y vuelta a Manhattan, creo que sí que me duele todo, ya no voy tan estupendamente. Las cuatro horas corriendo se notan. Ana tiene que parar a estirar. Hemos parado en todos los avituallamientos  para beber, porque son vasos y no botellas. Vamos al baño. Hay que seguir, sea como sea. Y allí está unos metros más adelante mi madre animando, ahora que íbamos a andar, ahora no. De modo que un abrazo y a seguir corriendo. Otro gel y a seguir que ya no queda nada.
Mi objetivo es terminarla y hacerla corriendo en menos de 5 horas para salir en el New York Times, así que animo a Ana que está de bajón, ella ya lo hizo antes conmigo por lo que le estaré siempre agradecida. Vamos que podemos. 
Y lo conseguimos 4 horas 59 minutos 30 segundos. Acabo de sentir lo que es la Gloria. He conseguido mi medalla de Finisher, qué bien me siento, aunque me duela todo el cuerpo. 

5 horas dan para pensar mucho y os juro que me acordé de vosotros, del Pasico, de los entrenamientos, de las carreras populares, de los consejos (aunque no los ponga en práctica los tengo presentes), de mi familia, de mis amigos, de mis perros….
Tardé cerca de dos horas más en llegar al hotel, vas como en una nube de la que no te quieres bajar para no pensar en lo que acabas de hacerle a tu cuerpo. Cuando llego mi  madre que me
ve tan fresca me saluda con un: “bueno dúchate que nos vamos a comer”. En ese momento hago acopio de todo el amor filiar que soy capaz y le conteste: “vale, pero primero descanso un poquito”.
En resumen: todo, todo, todo ha merecido la pena. No llegué a llorar por fuera pero si por dentro.